miércoles, 13 de julio de 2011

Réquiem de Anna Ajmátova


En 1945 el joven intelectual británico Isaiah Berlin quiso visitarla antes de regresar a Londres. Ese encuentro se prolongó durante veinte horas donde Anna le leyó sus poemas y se sinceró con él, pero esto tuvo trágicas consecuencias ya que su hijo volvió a ser encarcelado durante diez años (ya había sido deportado a Siberia antes). Esta vez la escritora se negó a silenciar su voz y siguió adelante con su poemario más importante, Réquiem, ahí explica que en aquella Unión Soviética los únicos que estaban en paz eran los difuntos y que los vivos pasaban su vida yendo de un campo de concentración a otro. El libro fue publicado sin su consentimiento y conocimiento en 1963 en Múnich.
Su obra, traducida a un sinnúmero de lenguas, sólo aparecerá íntegra en Rusia en 1990.


No, no estaba bajo un cielo extraño,
Ni bajo la protección de extrañas alas,
Estaba entonces con mi pueblo
Allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba.
1961



EN LUGAR DE PREFACIO

En los terribles años de Yezhov pasé diecisiete meses en las colas de las cárceles de Leningrado. En una ocasión, alguien, de alguna manera, me reconoció. Entonces una
mujer de labios azules que estaba tras de mí, quien, por supuesto, nunca había oído mi nombre, despertó del aturdimiento en que estábamos y me preguntó al oído (allí todas hablábamos en voz muy baja:
- Y esto, ¿puede describirlo?
Y yo le dije:
- Puedo.
Entonces algo parecido a una sonrisa asomó por lo que antes había sido su rostro.

1 de Abril de 1957 Leningrado



DEDICATORIA

Ante esta desgracia se inclinan las montañas Y no fluye el famoso río,
Pero son fuertes los cerrojos de la prisión
Y tras ellos están las “mazmorras de los presos”
Y una pena mortal.
Para algunos sopla suave la brisa,
Para algunos es una caricia el ocaso.
Nosotras no sabemos, somos las mismas por todas partes
Y sólo oímos el odioso chirrido de las llaves
Y los pesados pasos del soldado.
Nos levantábamos como para la misa del alba
Y caminábamos por la ciudad salvaje,

Y allí nos encontrábamos, casi sin aliento.
El sol estaba más bajo y el Neva más nublado,
Pero la esperanza canta siempre a lo lejos.
La sentencia... y de pronto brotan las lágrimas
Y ella se aleja ya de todas
Como si con dolor le arrancaran del corazón la vida,
Como si brutalmente la derribaran por la espalda.
Pero camina... se tambalea... va sola...
¿Dónde estarán ahora mis amigos a la fuerza,
Mis dos años furiosos?
¿Qué oirán en la tormenta de nieve siberiana?
¿Qué imaginarán en el círculo de la luna?

A él las envío mi saludo de despedida.


PRÓLOGO

Eso sucedió cuando sólo sonreía
El muerto, contento de su paz
Y como un apéndice inútil, Leningrado
Pendía de sus cárceles.
Cuando, locos de dolor,
Caminaban en tropel los condenados,
Y los silbidos de las locomotoras

Cantaban cortas canciones de despedida.
Las estrellas de la muerte se erguían sobre nosotros
Y la inocente Rusia se retorcía
Bajo unas botas manchadas de sangre

Y bajo las ruedas de los negros furgones

1

Te llevaron al alba,
Y fui tras ti como en un entierro.
En el ático oscuro lloraban los niños,
Y ante la imagen sagrada se derretía la vela.
En tus labios estaba el frío del icono
Y un sudor mortal en tus cejas...¡No lo olvidaré!

Como las viudas de los Streltsy
Aullaré bajo las torres del Kremlin.
1935

2


Apaciblemente fluye el Don apacible,
La luna amarilla entra en casa.
Entra con un gorro ladeado,
La luna amarilla ve una sombra.
Esta mujer está enferma,
Esta mujer está sola.
Su marido está en la tumba, su hijo, en la cárcel.
Rogad por mí.

3

No, no soy yo, sino otra quien sufre.
No podría soportarlo. Que un velo
Negro cubra lo sucedido,
Y que se lleven las linternas...

Noche.

4

¡Si te hubiera mostrado a ti, la bromista,
Adorada por todos tus amigos,
La alegre pecadora de Zárskoe Seló,
Lo que sucedería con tu vida!
Cómo, entre trescientas mujeres, con un paquete,
Harías cola bajo Las Cruces,
Y cómo con tus ardientes lágrimas,
Fundirías el hielo de Año Nuevo.
Allí silenciosamente los presos
Se abalanzan y cuántas vidas
Inocentes se consumen...

1938


5

Diecisiete meses hace que grito.
Te llamo a casa,
Me arrojé a los pies del verdugo,
Hijo mío, horror mío.
Todo se ha enturbiado para siempre
Y no puedo distinguir
Ahora quién es el animal, quién la persona,
Cuánto tiempo queda para la ejecución.
Y sólo hay flores cubiertas de polvo
Y el tintineo del incienso, y huellas
desde algún lugar a ninguna parte.
Y me mira fijamente a los ojos
Y me amenaza con una muerte cercana

Una inmensa estrella.
1939

6

Pasan pronto las semanas.
Lo que sucedió, no lo comprendo.
Cómo a ti, hijo, te contemplaron

Las noches blancas en la cárcel.
Y cómo de nuevo te contemplan
con su ardiente ojo de gavilán.
Y de tu alta cruz,
Y de tu muerte, hablan.

1939


7
LA SENTENCIA


Y cayó la palabra de piedra
Sobre mi pecho todavía vivo.
No importa. Estaba preparada.
De alguna manera me las apañaré.

Hoy tengo que hacer muchas cosas:
Hay que matar la memoria,
Hay que petrificar el alma,

Hay que aprender de nuevo a vivir.
Si no... El caluroso susurro del verano
Celebra su fiesta en mi ventana.
Hace tiempo que presentía
Este día luminoso y la casa vacía.

22 de Junio de 1939
Casa de Fontanka.


8
A LA MUERTE


Si has de venir ¿por qué no ahora?
Te espero. Me siento muy mal.
He apagado la luz y te he abierto la puerta
A ti, tan sencilla y asombrosa.
Toma para esto cualquier forma,

Irrumpe como granada arrojada,
O furtivamente, con una pesa, como un bandido experto.
O envenéname con el tufo del tifus.
O con un cuento inventado por ti,
Conocido por todos hasta la náusea,

Para que yo vea la punta del gorro azul
Y al portero, pálido de terror.
Todo me da igual ahora. Humea el Yenisei
Y resplandece la estrella polar,
Y el último horror vela
El brillo añil de los ojos amados.

19 de Agosto de 1939
Casa de Fontanka


9

Ya la locura cubre
con su ala la mitad de mi alma,
Y le ofrece su vino de fuego,
Y la imanta hacia el negro valle.

He comprendido que debo
Cederle a ella la victoria
Oyendo mi propio delirio
Como si fuera ajeno.
Y no me dejará ella
Llevar nada conmigo
Por mucho que la suplique
O fatigue con mi plegaria:

Ni los terribles ojos de mi hijo,
Petrificados por el dolor,
Ni el día en que llegó la tormenta,
Ni la hora de la visita en la cárcel,
Ni la suave frescura de sus manos,
Ni la sombra temblorosa de los tilos,
Ni el lejano y ligero sonido
De las últimas palabras de consuelo.

4 de Mayo de 1940
Casa de Fontanka



X
CRUCIFIXIÓN

No llores por mí, Madre.
Estoy en el sepulcro
.
1

Un coro de ángeles glorificó esta hora grandiosa,
Y los cielos se fundieron en el fuego.
Al Padre dijo: “¿Por qué me has abandonado?”
Y a la Madre: “No llores por mí”.

1940
Casa de Fontanka

2

Magdalena palpitaba y sollozaba,
El amado discípulo se petrificaba,
Pero allí donde en silencio la Madre estaba
Nadie osaba mirar.
1943
Tashkent
EPÍLOGO
1


Ahora sé cómo se desvanecen los rostros,
Cómo bajo los párpados anida el terror,
Cómo el dolor traza en las mejillas
Rudas páginas cuneiformes,
Cómo unos rizos cenicientos y negros
Se tornan plateados de repente,
La sonrisa se marchita en los labios dóciles
Y en una risa seca tiembla el pavor.
Y no sólo por mí rezo,
Sino por quienes permanecieron allí conmigo,

En el frío feroz y en el infierno de Julio,
Bajo el muro rojo y ciego.
2

De nuevo se acercó la hora del recuerdo.
Os veo, os oigo, os siento:
A aquella a la que a duras penas empujaron hacia la ventana,
A quien sus pies no pisan su tierra natal,
A la que agitando su bella cabeza
Dijo: “Vengo aquí, como si fuera a casa”.
Quisiera llamar a todas por su nombre,
Pero confiscaron la lista y no se puede encontrar.
Para ellas he tejido un vasto sudario
Con las pobres palabras que les oí.
De ellas me acuerdo siempre, en todas partes.
No las olvidaré en una nueva desgracia.
Y si amordazaran mi atormentada garganta,
Por la que gritan cien millones de voces,
Que ellas también rueguen por mí
En la víspera del aniversario de mi muerte.
Y si alguna vez en este país
Deciden erigirme un monumento
Doy mi acuerdo a ese honor
Sólo a condición de que no lo erijan
Ni junto al mar, donde nací:
Se rompieron mis últimos lazos con él,
Ni en el parque de los Zares, junto al secreto tronco,
Donde una desconsolada sombra me busca
Sino aquí, donde permanecí en pie trescientas horas
Y donde me abrieron los cerrojos
Porque en la plácida muerte
Temo olvidar el fragor de los negros furgones,
Olvidar cómo chirriaba la odiada puerta
Y a la vieja que aullaba como una bestia herida.
Ojalá que de mis pesados párpados de bronce
fluyan las lágrimas como derretida nieve
Y que la paloma de la prisión arrulle a lo lejos
Y que silenciosamente naveguen los barcos por el Neva.
Marzo 1940.
Casa de Fontanka

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