La apatía y el egoísmo campan a sus anchas en nuestra sociedad, quizá debido a la crisis. Esta crisis financiera ha resaltado la crisis de ética, moral y principios que estaban sumergidos en el interior de los españoles en la época de bonanza económica. En los malos momentos, es cuando sale nuestro verdadero yo.
La tasa de racismo ha aumentado, hasta el punto en el que mucha gente no se preocupa por genocidios que puedan estar ocurriendo en otros lugares del mundo, sólo les interesa lo que les atañe a su día a día. Los partidos políticos de ultra derecha salen a la luz sin vergüenza. Es su momento.
Ese racismo, que fue primero cargando contra negros, luego contra árabes, finalmente contra sudamericanos y en los últimos tiempos, contra los chinos, es un racismo contradictorio y basado sólo en la diferencia de culturas. Todos se quejan de que los chinos están destruyendo el pequeño comercio local, que sus precios son tan baratos que no pueden hacerles frente, y sin embargo, van a comprar ahí para ahorrarse dinero y porque su horario de apertura es mucho más amplio. Se quejaron de las tiendas de todo a 100, ahora no saben vivir sin ellas; luego por las tiendas de ropa, y ahora por las fruterías. Sin embargo, siguen comprando allí.
Los sudamericanos estuvieron contratados en varios empleos que , efectivamente, los españoles no querían por los míseros sueldos que les pagaban y porque eran trabajos bastante desagradecidos, como ser temporeros, o cuidadores de ancianos o simplemente, repartidores de comida rápida.
Ahora todos esos empleos los reclaman los españoles, y poco a poco parece que están volviendo, ya que la tasa de paro es muy elevada y hay familias enteras sin ningún tipo de recurso.
Otro problema que atañe a nuestra sociedad en estos duros momentos es que sufre de amnesia selectiva. Nadie parece recordar cuando fueron nuestro padres (tan sólo una generación ante que la nuestra) los que tuvieron que emigrar para traer dinero a un país que salía tímidamente de los destrozos ocasionados por el dictador. Alemania, Suiza, Francia, Brasil e incluso Australia son países que nos acogieron. Y creedme, no lo digo de oídas, sino que conozco personas que lo hicieron, mis padres, sin ir más lejos, mis tíos… no me creo que todos quieran olvidar esa época, claro que, si la recordaran, ya no tendrían excusas.
Sin embargo, el racismo no siempre proviene por el tono de piel, sino también por la cantidad de dinero que tenga en cuestión la persona emigrada. Nadie se metió nunca con los jeques árabes que se paseaban de costa a costa en sus inmensos yates; nadie ha puesto en entredicho el derecho que tienen los deportistas extranjeros en jugar en los equipos de fútbol, baloncesto, etc. A ellos no les piden cuentas, ergo, no siempre es la raza lo que se ataca.
Lo único positivo de todo esto, es que no todos son iguales. Los niños no diferencian entre jugar con Ahmed, Gloria de la Luz, Carmen o Xiu Li. Para ellos, sus amigos son sus amigos y punto. Como decía el anuncio de un coche de hace algún tiempo… “Papá, ¿sabías que Sabrine es negra?”
El problema, económicamente hablando, es complejo; el mismo problema, hablando de ética, es bien sencillo. También tienen nombre, y también tienen familia, y todos, absolutamente todos, quieren poder alimentar a sus hijos.
La tasa de racismo ha aumentado, hasta el punto en el que mucha gente no se preocupa por genocidios que puedan estar ocurriendo en otros lugares del mundo, sólo les interesa lo que les atañe a su día a día. Los partidos políticos de ultra derecha salen a la luz sin vergüenza. Es su momento.
Ese racismo, que fue primero cargando contra negros, luego contra árabes, finalmente contra sudamericanos y en los últimos tiempos, contra los chinos, es un racismo contradictorio y basado sólo en la diferencia de culturas. Todos se quejan de que los chinos están destruyendo el pequeño comercio local, que sus precios son tan baratos que no pueden hacerles frente, y sin embargo, van a comprar ahí para ahorrarse dinero y porque su horario de apertura es mucho más amplio. Se quejaron de las tiendas de todo a 100, ahora no saben vivir sin ellas; luego por las tiendas de ropa, y ahora por las fruterías. Sin embargo, siguen comprando allí.
Los sudamericanos estuvieron contratados en varios empleos que , efectivamente, los españoles no querían por los míseros sueldos que les pagaban y porque eran trabajos bastante desagradecidos, como ser temporeros, o cuidadores de ancianos o simplemente, repartidores de comida rápida.
Ahora todos esos empleos los reclaman los españoles, y poco a poco parece que están volviendo, ya que la tasa de paro es muy elevada y hay familias enteras sin ningún tipo de recurso.
Otro problema que atañe a nuestra sociedad en estos duros momentos es que sufre de amnesia selectiva. Nadie parece recordar cuando fueron nuestro padres (tan sólo una generación ante que la nuestra) los que tuvieron que emigrar para traer dinero a un país que salía tímidamente de los destrozos ocasionados por el dictador. Alemania, Suiza, Francia, Brasil e incluso Australia son países que nos acogieron. Y creedme, no lo digo de oídas, sino que conozco personas que lo hicieron, mis padres, sin ir más lejos, mis tíos… no me creo que todos quieran olvidar esa época, claro que, si la recordaran, ya no tendrían excusas.
Sin embargo, el racismo no siempre proviene por el tono de piel, sino también por la cantidad de dinero que tenga en cuestión la persona emigrada. Nadie se metió nunca con los jeques árabes que se paseaban de costa a costa en sus inmensos yates; nadie ha puesto en entredicho el derecho que tienen los deportistas extranjeros en jugar en los equipos de fútbol, baloncesto, etc. A ellos no les piden cuentas, ergo, no siempre es la raza lo que se ataca.
Lo único positivo de todo esto, es que no todos son iguales. Los niños no diferencian entre jugar con Ahmed, Gloria de la Luz, Carmen o Xiu Li. Para ellos, sus amigos son sus amigos y punto. Como decía el anuncio de un coche de hace algún tiempo… “Papá, ¿sabías que Sabrine es negra?”
El problema, económicamente hablando, es complejo; el mismo problema, hablando de ética, es bien sencillo. También tienen nombre, y también tienen familia, y todos, absolutamente todos, quieren poder alimentar a sus hijos.
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