viernes, 17 de septiembre de 2010

El cactus I


Érase que se era un padre que caminaba por la calle, la trala, la trala, cuando de repente pasó por una floristería y vio un cactus con forma de corazón en el expositor.
“Qué bonito” pensó “creo que se lo compraré a mi hija para que lo ponga al lado del ordenador, que dicen que son muy buenos”
Así que el papá hizo esto y lo llevó a casa. La niña, que todavía no era muy mayor, al ver el regalo de su padre se emocionó mucho y cuando lo cogió quiso abrazarlo cual peluche, antes de que a los padres les diera tiempo a avisarla de que pinchaba. Demasiado tarde.
Se puso a llorar desconsoladamente y apartó de sí el presente, que quedó apoyado en una estantería momentáneamente.
“No lo quiero, no lo quiero” hipaba.
“Pero cielo, si es muy bonito, lo único es que no lo puedes tocar”
“He dicho que no lo quiero, hace daño, no lo quiero”
Los padres de miraron y asintieron. Mientras la madre terminaba de consolar a la pequeña y la llevaba a su cuarto, el padre miró al pequeño cactus un poco dolido por haberle fallado a su niñita.
“No te preocupes” oyó que le decía su esposa “Se lo regalaremos a mi madre, que a ella le gustan mucho las plantas”

Dicho y hecho, ese fin de semana, cuando fueron a visitar a la abuela (la madre de la esposa, se entiende) cogieron el pequeño cactus y se lo entregaron.
“Qué maravilla” exclamó “es muy bonito, lo pondré en la terraza con los geranios y la hiedra, las petunias y los deditos de ángel (que no son deditos de ángeles de verdad, obviamente)”
Sin embargo, cuando la familia volvió al fin de semana siguiente a comer un rico arroz con pollo que preparaba, comprobaron que el cactus no tenía muy buen aspecto.
“Pero abuela, ¿qué le has hecho?”
“¿Yo? Nada hijita, regarle como al resto de las plantas, es lo único que se me ocurre”
“¿Le has regado todos los días?” preguntó escandalizado el yerno.
“Bueno, pues claro, al fin y al cabo, son días muy secos, y necesitan agua, todas las plantas necesitan agua”
“Todas menos los cactus…” murmuró su hija. “En fin” dijo ya en voz alta ”Quizá me lo lleve, a ver si lo revivo, si no te importa”
Y en eso quedaron, así que la madre trató de revivirlo, y el corazón empezó a estar de nuevo bonito, brillante y lozano.

Un día, la hija de la vecina llamó a su puerta para pedir un poco de sal para el guiso que su madre preparaba, y vio el cactus en el aparador de la entrada.
“Es precioso, me encantaría tener uno, ¿dónde lo compraste?”
Y antes de que se diera cuenta, volvió a su casa con un poco de sal y un cactus con forma de corazón en las manos.

La veinteañera (pues esa era la edad de la hija de la vecina que preparaba el guiso que necesitaba la sal) estaba encantada con su nueva adquisición, y lo puso en la mesilla de noche, cerca de la ventana, donde le diera el sol. No se cansaba de mirarle y admirarle y de vez en cuando, cuando estaba muy aburrida, acercaba sus dedos hasta las púas y se pinchaba las yemas para ver cómo se formaba una gotita de sangre que caía en una hoja en blanco. Quería ser artista, y le gustaba practicar nuevas formas de trabajar el arte.
“Ya podría ser un rosal, que al menos dan flores” le decía su madre “pero mira que un cactus”
“¿Pero no has visto que bonito es?” le respondía su hija “Tiene forma de corazón”
“Bah, un corazón con espinas es como si no fuera un corazón, siempre lastimará, está en su naturaleza, es un cactus”
Y la veinteañera seguía mirándolo y admirándolo, pero dándole vueltas a las palabras de su madre.
“¿Se podrán cortar las púas para que no pinche?”
“Entonces ya no será un cactus, habrá perdido la esencia de los cactus que es que pinchen y que necesitan poco agua, eso lo sabe todo el mundo”
(menos la madre de la vecina, podríamos haber dicho)

Luego llegaron los exámenes y la universitaria se fue olvidando del pequeño cactus, aunque también lo puso cerca del ordenador para absorber las radiaciones, pero cada dos por tres o tres por dos (propiedad conmutativa) se clavaba sin haberlo hecho a propósito, sino que era totalmente sorpresivo, y no sólo la desconcentraba, sino que la ponía de mala leche.
Un día, oyó a una amiga que los cactus daban mal karma, pero tirarlos también, así que se encontró contra la espada y la pared, acordándose del momento en el que le dijo a la vecina que le gustaba aquel pequeño cactus con forma de corazón.
Su madre tuvo la solución. Cogió el cactus, bajó al jardincito que rodeaba al portal, y lo plantó allí, al lado de otras plantitas. Al menos, eran de su especie, y que supiera, allí nadie se iba a pinchar.
“Es muy bonito” decía todos los que lo veian “pero qué lástima que no dé flores”.

4 comentarios:

  1. Siempre nos pones a pensar y con este cuento sabía antes de empezar que lo harías y mucho. Te adoro cielo y por favor, sigue escribiendo!!!!!

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  2. Muchísimas gracias Sira, me alegro que te haya gustado y que te haga pensar. Un besazo cielo ; )

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  3. Ains... bonita historia, y como decís, te hace pensar... yo no puedo evitar que me dé pena el pobre cactus!

    Un besazo, amor

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  4. wooooooooo lo leia pensaba .que bonito como escribes ufff ....
    me enganche a ti un beso

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