lunes, 9 de agosto de 2010

Cuento IV


Pasado el tiempo comprobó que los dos volvían a estar como cuando se conocieron, alegres, hablando, dedicándose canciones, escribiendo poemas, nerviosos por verse, casi enamorados... él le había reconocido que la otra "ella" no tenía importancia, que la seguía queriendo y que quería oír de nuevo la respuesta porque ahora las cosas estaban empezando a funcionar de nuevo.
"Quiero un final feliz pero no puedo irme contigo. No, porque no me lo has pedido, y no lo has hecho porque tú tampoco estás seguro. Y digo tampoco, porque no puedo mentirme más. Todo lo feliz que estoy por estar de nuevo al comienzo no calma la sensación de intranquilidad que me provoca el hecho de que en cualquier momento puedas arrepentirte. No es cierto que sea como al principio, eso es imposible, al menos, no todavía, cuando tiemblo cada vez que paso por el banco preguntándome si estarás.
Ahora mismo soy feliz de este modo, así que por mi parte, así debemos seguir, hasta que se te cruce alguien o hasta que me pidas que vaya a tu lado.
Lo único que te rogaría es que si sucede, si hay otra "ella" de nuevo como la que me has hablado, dímelo, cuando aparezca, dímelo.
Soportaría de nuevo a Mr. Hyde sino queda más remedio, pero no soportaré tu ausencia, tu huida o tu silencio"
Ninguno de los dos dijo nada más. Él no estaba preparado, ella lo sabía. Por su parte, no podía abandonarlo todo si él no estaba seguro. Se querían, incluso él, a su manera loca, egoísta e inmadura, pero andar con pies de plomo en cada frase en cada gesto no era lo mejor para una relación. Quería seguir así, no volverle a perder, pero él... ¿quién sabía en el fondo lo que quería él?

Poco después lo supo cuando él volvió a nombrar a la otra "ella" que le esperaba en su destino, y sintió celos y tristeza de nuevo, a pesar de que él trató de arreglarlo, incluso preguntándola si quería que no volviera a hablar con "ella" nunca más.
Se dio cuenta que nunca la iba a pedir que la acompañara y chocó de bruces con la realidad, que sólo la amaría en la distancia, que sus te quiero no eran mentira, pero no eran suficientes para calmar la sed de él que tenía, que en realidad nunca sería le padre de sus hijos, su pareja, se dio cuenta, en fin, que no estaba enamorado como ella había empezado a pensar.
Y pese a todo, deseaba con todas sus fuerzas que él fuera feliz. Empezaba a entender que quizá ella sí se había enamorado

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